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Obras abiertas: Beethoven, Mendelssohn, Granados, Musorgski

NOTAS AL PROGRAMA (por Luca Chiantore):

¿Qué queremos de un concierto? ¿Que quien toca nos cuente lo que piensa y lo que siente él o que nos transmita las ideas y las emociones de otras personas? La que podría parecer una pregunta sin sentido si habláramos de otras tradiciones musicales, se vuelve muy legítima cuando miramos a las obras de compositores como Mozart y Beethoven, que nos han llegado acompañadas de una retórica que exigiría al intérprete una plena sumisión a la voluntad del compositor y el respeto absoluto de las convenciones estilísticas vigentes. El problema es que la investigación musicológica, mientras tanto, está demostrando con creciente contundencia que todo lo que hoy hacemos con esas obras maravillosas poco tiene que ver con la idea sonora que tuvieron los compositores en su día, y sí, mucho, con la tradición que ha sedimentado, generación tras generación, formas de tocar que pertenecen a otro marco estético y filosófico. Esto no resta legitimidad a la continuidad de una tradición que ha sabido producir tanta belleza y proporcionarnos emociones inigualables, pero sí abre caminos para buscar otras opciones, otras formas de mirar a ese mismo repertorio.

Uno de los dogmas de esa tradición es la inviolabilidad del texto: la idea de que la obra musical es tan perfecta y

acabada como puede serlo una escultura de mármol. Por el contrario, en los siglos XVIII y XIX, el rol del intérprete incluía también —como hoy sucede en otras tradiciones musicales no menos ricas, como el jazz, el flamenco y tantas música popular— una flexible relación con el texto musical. Gran parte de los compositores que hoy veneramos por sus obras escritas fueron grandes improvisadores e intérpretes imaginativos, que a menudo fueron interactuando con las obras propias y ajenas con creatividad y fantasía.

Buscar hoy semejante flexibilidad no significa necesariamente volver a recuperar esas prácticas tal como se dieron en su día. El tiempo ha pasado para todo el mundo, por el oído de cualquier intérprete y del propio público han circulado armonías, ritmos y timbres entonces inimaginables, y no tendría sentido intentar rehuir de ello. Al contrario, esa compleja telaraña de referencias sonoras puede ser un motor para buscar nuevos caminos creativos, como también lo es la reflexión musicológica, hoy especialmente abierta a nuevos paradigmas y propuestas no convencionales.

Este concierto, que forma parte del proyecto inVERSIONS, incluye obras de tres autores consagrados. Pero en ninguna de ellas mi interpretación se ajustará al marco que la tradición ha consolidado. La idea de una “obra abierta”, abierta a la transformación del texto, es especialmente sugerente en el caso de Beethoven, como mostré en mi propia tesis doctoral y en el libro que surgió de ella (Beethoven al piano, 2010). En el caso de la sonata conocida con el título apócrifo de “Al claro de luna” resulta fascinante la posibilidad de llevar hasta el escenario la diversidad de material que Beethoven utilizó durante su proceso compositivo; de ahí que en mi interpretación sustituya una parte de las líneas melódicas con otro material extraído de sus apuntes de trabajo, incluyendo versiones alternativas de los mismos temas, en algunos casos yuxtapuestas a las definitivas. Transformaré, además, la cadencia escrita del último movimiento y conectaré cada sección de la sonata mediante fermatas e interludios, libremente inspirados en la práctica de la época.

Esta práctica se prolongó durante la primera mitad del siglo XIX y era especialmente fuerte en la música vocal.

Ese modelo, tan importante por el desarrollo de la música para piano solo, lo aplico habitualmente en la interpretación de la música de la que Charles Rosen definió como la “generación romántica”, en la cual la

tradición ha exaltado la originalidad de figuras como las de Chopin, Schumann y Liszt olvidando que en ese mismo lenguaje a menudo eran las mujeres quienes encarnaban de un modo más extremo ese anhelo de libertad e imaginación que tanto formaba parte de ese ideario. Fue éste el caso de Hélène de Montgeroult, de Maria Szymanowska, de la joven Clara Wieck y sin duda de Fanny Mendelssohn, cuyo manejo de la escritura pianística en obras como el ciclo “Die Jahr”, su “Sonata de Pascua” y los “Lieder für das Pianoforte” deja literalmente sin palabras. En este concierto se incluye precisamente la primera de sus formidables “Canciones para piano” op. 6.

El sueño imposible de escuchar a estas grandes figuras del pasado tocando sus obras se hace real con quienes

compartieron su arte a principios del siglo XX, y en el caso de Enric Granados esas grabaciones y esos rollos de

pianola, unidos a sus propios manuscritos, documentan las constantes divergencias entre la partitura publicada

y las variantes que el músico catalán realizaba a la hora de interpretar sus obras. Con ese espíritu me acerco a

sus Valses Poéticos, obra ideal para rescatar hoy esas trayectorias cruzadas entre composición e improvisación

de las que tanto nos hablan las fuentes históricas.

En la segunda parte del concierto abordaré los Cuadros de una Exposición de Musorgsky, la única entre las

grandes obras del siglo XIX en la que nunca se ha impuesto la idea de un texto definitivo intocable. De hecho, al lado de algunos intérpretes que sí se ajustaron a la partitura original, muchos otros procedieron a cambios a veces de gran alcance. Aquellas muchas variantes acabarán por estar constantemente citadas en mi interpretación de la obra, pero con una especificidad: no tengo estudiada de antemano qué variante voy a

introducir en cada pasaje de la obra. Al contrario, esa decisión la voy a tomar de forma extemporánea, en función de la sonoridad que en cada instante el piano, la sala y la propia reacción del público estarán produciendo. Pero hay una persona que va a estar presente en todo momento, el principio a fin de esa composición, y cuyas notas van a resonar en todo momento en mi mente condicionando, directa o indirectamente, toda mi interpretación:

David Ortolà, el músico y productor con el que tengo el inmenso placer de compartir la aventura del Tropos

Ensemble, el conjunto de interpretación experimental que inició su andadura trabajando precisamente los

Cuadros de una Exposición en una versión a dos pianos que desde entonces hemos tocado en salas de muy

diversas latitudes. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que esa libertad que sentimos al tocar juntos,

ese placer por el continuo descubrimiento y el asombro ante la belleza inesperada que tanto siento al investigar

y al repensar esta música maravillosa pueda llegar hoy a cada uno de ustedes.

Para más información e información actualizada acerca del proyecto inVERSIONS véase www.in-versions.com

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